sábado, 1 de septiembre de 2007

Rab. Polakoff - Shaariel, el ángel de Kipur

10 de Tishrei , atardecer de Iom Kipur,
desde algún lugar de Shamaim, de los cielos

Queridos Amigos:

Jatimá Tová!!!
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Me imagino que se habrán sorprendido un poco al escuchar mi dirección.
Es que soy un ángel.
Déjenme presentarme.
Mi nombre es ShaariEl, y soy el responsable aquí arriba de cerrar los portones del cielo. Es decir que vendría a ser una especie de San Pedro en versión original y por supuesto judía. Y si no me fallan los cálculos, y en general por aquí fallan poco, en menos de 20 minutos aproximadamente voy a cumplir con mi función de portero, justo justo cuando ustedes estén terminando el servicio de Neilá.
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¿No es fantástico mi puesto? ¡El único día del año que tiene 5 tefilot, y a mí me toca el honor de clausurar la última!

¿Cómo viene el ayuno, se sienten bien? Esperemos que sí.
¿Y el resto de las mitzvot de Kipur las están cumpliendo?
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Recordémoslas por las dudas: Más allá de que esté prohibido comer, tampoco se puede trabajar, beber, bañarse, tener relaciones sexuales y usar zapatos de cuero.
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Aunque imagino desde estas alturas que en este último punto andamos bastante mal.
Debe haber muy pocos locos con alpargatas.
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Sí, sí, comprendo que es un pedido muy extraño. Sin embargo, antaño, se lo asimilaba por un lado con una cuestión de ostentación. En este sentido me parece que ahora tendríamos que cambiarlo por otras prendas, ¿no?.
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Pero por otro lado, esta cuestión de no usar zapatos de cuero, de neilat sandal, también estaba vinculada al hecho de estar más en contacto con la tierra, un poco detenido, sin andar mucho.

Es probable que recuerden que Dios mismo le pidió a Moshé, la primera vez que se presentó ante él desde la zarza, que se sacara los zapatos porque estaba pisando tierra sagrada. Yo sé que la analogía no es tan tan precisa, porque ninguno de ustedes es Moshé, y tampoco es que en este momento estén participando de la revelación divina.
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Pero podríamos convenir en que Iom Kipur en vez de admat kodesh, tierra santa, es zman kodesh, tiempo sagrado; de hecho, el más sagrado del año, y que de alguna manera simbólica, el que sus pies estén más livianos, podría ayudarlos a elevarse aún más alto.
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Extraño, ¿no? Pareciera ser que para elevarse hay que estar más en contacto con la tierra. Pero hay más al respecto.

Fíjense que sus jajamim, sus sabios, legislaron que si alguien tenía que venir desde muy lejos caminando a la sinagoga, podía llegar con sus zapatos de cuero, que evidentemente son los más cómodos para una larga caminata, y allí dentro cambiarlos por alguna especie de ojota o chancleta más sencilla.
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Muy bien. Puede ser que hasta ahora estuve muy técnico, pero recuerden que soy ShaariEl, el portero del cielo, y les escribo para revelarles algunos secretos que después de tantos siglos, ya no quiero conservar solo.

¿Alguien prestó atención a cómo se dice en hebreo, el idioma que acá arriba es como el inglés, el hecho de usar zapatos? Neilat sandal. ¿Les suena, no?
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NEILA. Bella palabra.
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Casi todos saben que significa “cierre, clausura”, y que por eso esta tefilá que están haciendo lleva este nombre, porque el portón que nuestro Jefe por su propia cuenta abrió en Rosh Hashaná, yo mismo, ShaariEl, estoy a punto de cerrarlo.
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Pero NEILA también significa “calzarse, ponerse los zapatos”. Y aquí tenemos un primer secreto para develar.

La paradoja de que cuando termina NEILA, ése es el momento en el que hay que volver a la NEILA de ponerse los zapatos de cuero.

¿Saben por qué? Porque empieza una caminata muy larga, pero muy prometedora a la vez.
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Porque cuando se te cierra la puerta, es cuando más se necesita que te vuelvas a poner en tus zapatos para emprender nuevos rumbos.

Amigos: ustedes y yo sabemos lo que significa que se cierren las puertas; tenemos hasta la sensación física de percibir a veces en nuestras propias narices cómo el hierro frío de un portón gigante nos deja afuera. Y vemos, a distancia, como esa imagen que parecía de luz brillante se va tornando un tenue y delgado hilito que finalmente desaparece.
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En mi caso, me toca una vez por año, pero ustedes, allí abajo, demásiadas veces se golpean frente a lo que no va a volver a abrirse.

Por eso también les escribo; para revelarles que Iom Kipur es justamente un modelo fantástico para aprender del fracaso, algo tan humano que a mí me cuesta captar, pero que con tantos años encima, empiezo a celar precisamente por carecer.
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Es que he notado, queridos humanos, que hay pocas sensaciones tan maravillosas como la de convertir la derrota en derrotero. Como ven, el castellano también tiene su sabiduría.

¿Se te cerraron muchas puertas? Es probable. Pero hay que darse cuenta, y esto sí lo sé bien, que las puertas del cielo, y las tuyas, las del fracaso y de la derrota, son siempre giratorias. Otro secreto que les regalo.
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Por eso cuando parecen cerrrarse, tal vez no veas que en realidad se están abriendo otras. Claro, muchos siguen dando vueltas y se terminan mareando, y otros, pobres, insisten en creer que ya pasaron cuando en realidad permanecen exactamente en el mismo lugar.

Y esto es tan así, que si giramos la palabra “shaar”, “puerta, portón”, y descubrimos en sus movimientos los tesoros que encierra, encontraremos algunas sorpresas.
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De “SHAAR”, con sus mismás tres letras hebreas obtenemos “raash”, “ruido”, y “resha”, “crueldad”.
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Pero también “eresh” que es “cuna”, y “osher” que es “riqueza”.
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Es decir que la misma puerta que se cierra puede encerrarte en el tumultuoso mundo de una condena, pero a la vez puede transformarse en un moisés a partir del cuál lentamente te vuelvas a enriquecer.
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Puede escucharse como fácil, pero no lo es. ¿Y cómo se hace?
Aquí es donde hay que ponerse los zapatos.

Acompáñenme mentalmente hasta una porción de la Torá, en el capítulo 13 del libro del Exodo, que tal vez resuma magistralmente la sabiduría de nuestra tradición con respecto al fracaso, y uno más de los secretos de Kipur.
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Por supuesto que recuerdan la imagen del pueblo judío escapando de Egipto, con el ejército del Faraón persiguiéndolo a escasa distancia, y de golpe, el camino que se detiene frente a lo majestuoso del mar.
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Si alguien cuenta con una imagen más gráfica de lo que implica que se cierre una puerta y no haya salida, que me escriba a la dirección del sobre.

¿Y qué sucede allí?
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Los maestros jasídicos, entre paréntesis ¡cómo sabía esta gente!, nos cuentan que el pueblo se dividió en cuatro grupos: el de los que querían volver a Egipto, el de los que querían luchar, el de los que se querían tirar al agua, y el de los que se pusieron a rezar.

Los que quieren volver son los que ni tocan la puerta, y en última instancia, no se acercan. Porque es más cómodo estar entre comillas “afuera”, pero sin el sabor del haber fracasado. Y ni siquiera hace falta que vuelvan. El Egipto ya está en ellos.

Los que quieren lucharla creen que pueden tirar la puerta abajo. Tal vez empiecen golpeando suavemente, pero al no abrirse, insistirán en su arrebato, y es muy probable que a despecho de aceptar que la derrota existe como alternativa, terminen por romperse la cabeza contra la puerta.

¿Qué pasa con los que se querían tirar al agua? Son los que se resignan y aferrados a una manija, que saben inmovil, lentamente se van quedando sin fuerzas, con un llanto conformista soñando con lo que podía haber sido.

Y los que rezan tratan de redefinir el cuadro, cambiándolo de dimensión, y esperando que por misericordia divina, se empiece a escuchar algún chirrido.

Los jasidim definen estos cuatro grupos en base al pasuk, al versículo, en el que Moshé dice al pueblo: “No teman. Permanezcan erguidos y presencien la salvación de Adonai, porque a los egipcios que hoy ven ya no volverán a verlos más; Adonai luchará por ustedes, y ustedes quédense en silencio” (Ex. 14:13-14).
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¿Lo ven? Moshé, nuestro ídolo, con perdón de la palabra, le contestó a cada uno de los cuatro grupos en la misma oración.

A los resignados a punto de tirarse al agua les dijo que no temieran y que se quedaran allí erguidos donde estaban.
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A los que querían volver les dejó en claro que nunca más verían a los egipcios. Que esa tampoco era una alternativa.
A los empeñados en la lucha, que Dios iba a luchar por ellos.
Y a los que estaban rezando, que se callen.
Y lo hizo de esta manera porque bien sabía Moshé que en ninguno estaba la salida.
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Que cada uno de ellos, con sus diferentes motivos, estaba frente a una puerta infranqueable.
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Y hasta aquí habló Moshé.
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Pero después de Moshé habló Adonai, Mi Señor, Nuestro Señor, y dijo: “Daber el benei Israel vaisau”, “Decile a los hijos de Israel que marchen”.
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En el marchar, en el calzarse los zapatos, en ese profundo acto de confianza y de fe que comienza solamente con un paso, el suelo que no existía debajo de tus pies, cobra vida, y resulta ser que hay camino, que hay una nueva calzada.

Querido Humano, estoy acá un poco solo, ¿sabés?.
Hace de ShaariEl, este fiel portero, tu amigo, tu hijo, tu novio, tu hermano y contestame:

Quiero saber si podés vivir con el fracaso, el tuyo o el mío, y no obstante ello, pararte a la orilla de un lago y gritarle a la luna que "¡Sí!"
Quiero saber si podés ver la belleza, aún cuando no sea bella todos los días,y si podés originar tu vida desde su presencia.
Quiero saber si tocaste el centro de tu desconsuelo, si las traiciones de la vida te abrieron, o si te marchitaste y te cerraste por el miedo al dolor futuro.
Quiero saber si podés sentarte con la derrota, la mía o la tuya, sin intentar esconderla, desvanecerla o arreglarla.

Tengo un secreto más que revelarte.
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La gente piensa que los Iamim Noraim van entre Rosh Hashaná y Iom Kipur.
Y yo te digo que es al revés.
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Los días más importantes del año son los que están entre Iom Kipur y Rosh Hashaná.

Por eso ahora voy a cerrar la puerta, y vas a ver que si aprendiste de Kipur, ya sabés que es lo que te toca hacer ahora.
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No es fácil, pero hay que empezar a bienvenir los fracasos.
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¿Cómo si no vas a derrotar a las derrotas? Yo termino Neilá aquí arriba. Vos empezá Neilá allí abajo.
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Marchá. Empezá otro derrotero. Y en Rosh Hashaná contame cómo te fue. Yo termino aquí mi carta porque justamente tengo que cerrar.
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Les dejo un beso,
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ShaariEl

PD: No te olvides que te dejé las llaves adentro de tus zapatos de cuero.

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