sábado, 1 de septiembre de 2007

Rab. Kullock - De Hamlet al Tikun

Todos hemos oído hablar de William Shakespeare. No se si todos lo hemos leído, pero sin duda hemos escuchado algo sobre él. Incluso seguramente más de uno ha visto películas u obras teatrales que plasman en escena la pluma del autor. De hecho, espero que así sea, porque hoy quiero citarles unas líneas de Hamlet.
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Hamlet es la historia de un joven príncipe que debe vengar la muerte de su propio padre, asesinado por su tío devenido en Rey. En un principio, nadie sabe que el Rey ha sido asesinado, y de hecho todos suponen, incluyendo a Hamlet, que se trata de una muerte natural. Es por ello que uno de los primeros momentos en la obra en que la tensión comienza a levantar vuelo es cuando la sombra del Rey asesinado se presenta por la noche sobre las murallas del castillo, y le devela a Hamlet la triste suerte de su destino. Hamlet se maldice, y es aquí, cuando su padre le pide venganza, que exclama aquellas líneas que hoy quiero citarles. Así dice: “Desquiciado está el mundo. Suerte horrenda haber nacido yo para su enmienda.”

Creo que esta noche de Kol Nidrei, no hay frase más interesante que la que les acabo de citar para poder pensarnos y repensarnos en este día tan intenso.

“Desquiciado está el mundo,” dice Shakespeare, y frente a tal afirmación no podemos sino reconocer la claridad y sencillez con la cual la verdad se nos expone y se nos presenta. Vivimos en un mundo desquiciado, partido, desequilibrado. Ya nuestros místicos afirmaron la existencia del caos que se sucedió en el mismo momento de la creación. Nuestro mundo no pudo sostener la luz divina y por ello las vasijas fueron rotas y el equilibrio perdido. Terrible explosión de sentido, e implosión de trascendencia. Todo se mezcló. Los valores se trastocaron y el rumbo se volvió difuso. La oscuridad cayó sobre nosotros. Nos cuesta ver. No nos podemos encontrar. Se rompió la balanza. Desapareció la justicia.

Pero los místicos no se detienen aquí, sino que sostienen que el mismo D’s sufrió las consecuencias del impacto. D’s se fragmentó. Desquiciado está el mundo, y quebrado está D’s.

Ahora bien, si reconocimos la claridad de la primera afirmación de Hamlet, nos corresponde refutar y condenar la segunda parte de su decir. “Suerte horrenda haber nacido yo para su enmienda,” dice él, y nosotros contestamos que una de las esencias fundantes de Iom Kipur tiene que ver con el poder afirmarnos, reafirmarnos y confirmarnos como los responsables de reestablecer el equilibrio, tanto en el mundo como en D’s. En nuestra Tradición, dicha tarea se llama Redención.

Redimir significa liberar, y liberarnos. Liberar las chispas de divinidad que quedaron ocultas tras los velos de lo vano y lo obsoleto, para entonces liberarnos de nuestras propias ataduras a fin de trabajar por aquello que realmente importa.
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Es liberarnos de lo pequeño y secundario para poder entonces comenzar a mirar lo verdaderamente valioso. Redimirnos en la relación con el mundo significa repararlo y repararnos. Consiste en poder agradecer la bendición que significa ser responsables y libres en nuestra capacidad de elegir lo que queremos. Porque ser libres es aceptar que tenemos la comunidad que queremos. Y ser responsables es hacernos cargo de nuestras falencias para decidir entonces si las sostenemos en el tiempo o las cambiamos.
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Maldecirnos como hace Hamlet en su exclamación es negarnos el más hermoso de los regalos, que es el de reconstruir sentido en un mundo quebrado. Para nosotros, la reconstrucción no es una suerte horrenda, sino el mayor de los desafíos.
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En este sentido es que quiero compartir con ustedes un cuento. Como todos ustedes saben, el Jardín del Edén tenía de todo. Flores, frutos, árboles, todo tipo de animales. Incluso Adán y Eva vivían allí. En el jardín, nada ni nadie moría, y por la misma razón, nada ni nadie nacía; allí no había ninguna necesidad de reemplazos ni recambios. En el Jardín del Edén, todo era perfecto, pero era siempre lo mismo.
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Cuenta la historia, que un día Adán y Eva se encontraron con una pequeña hendidura en una de las paredes que separaba al jardín del resto del mundo. Juntos, se pusieron a mirar que se escondía detrás de las murallas. Asombrados, vieron que en la tierra reseca y asolada crecía una pequeña planta de jitomates. Al principio, incluso, les costó reconocerla. En el jardín, todas las plantas de jitomates eran altas, robustas, espectaculares, y de cada una de ellas brotaban inmensos jitomates colorados.
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Lo que ellos encontraron del otro lado de la pared, era una pequeña y endeble planta, con solo un pequeño jitomate intentando crecer. El tiempo pasó, pero Adán y Eva volvían a la hendidura, y miraban como crecía y se desarrollaba la planta. Así fue, que llegó el día en que la pequeña planta se marchitó, tornando su color verde en marrón. “¿Qué le habrá pasado?” se preguntaba Adán. “Nunca se ha visto bien, pero ahora, se ve verdaderamente mal” se lamentaba Eva.
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Pasaban horas mirando a la planta marchita, sumidos en profunda meditación. Al tiempo, D’s los llamó y les dijo: “La pequeña planta ha muerto.” Adán y Eva rompieron en llanto. Estaban desconsolados. “¿Por qué tuvo que morir? Aquí en el Jardín nada muere,” exclamaban. Se enojaron con D’s, y en un arrebato de coraje, le pidieron permiso para salir del jardín a fin de poder cuidar de la planta de jitomates que yacía afuera. “Pueden salir” dijo D’s, “pero entonces no podrán volver a entrar.” Cuenta el cuento que en este momento, ellos enfilaron hacia la entrada del jardín, y salieron. Se dirigieron a la planta. Dentro del Edén, nada necesitaba ayuda, y aun cuando afuera todo lo que veían necesitaba ayuda y cuidado, no sintieron tristeza al abandonar su hogar, aun sabiendo que ya no podrían volver a él.
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Adán tomó el pequeño jitomate y Eva lo plantó en la tierra seca. Durante días lo regaron y lo cuidaron, y así esperaron. Y entonces ocurrió. En medio del polvo, un pequeño retoño verde comenzó a asomar, y a los pocos días se transformó en una planta. Era una hermosa planta, con un increíble color verde, y llena de jitomates inmensos. Con el paso del tiempo, Adán y Eva no podían dejar de recordar a la pequeña planta marchita que decidieron cuidar y sostener, asombrados y felices al ver hoy el fruto de sus manos. Definitivamente, ya no sentían nostalgia alguna de sus vidas en el jardín, ya que habían comenzado a sembrar en el jardín de sus vidas.

Que podamos nosotros, con la ayuda de D’s, asombrarnos y alegrarnos con el fruto de nuestras manos. Copartícipes del misterio divino, que podamos este año hacer crecer nuestros mejores sueños y realizar nuestras más anheladas esperanzas.

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