lunes, 10 de septiembre de 2007

Rab. Iugt - Kol Nidrei 5766

Cuando una mujer de cierta tribu de África sabe que está embarazada, se interna en la selva con otras mujeres y juntas rezan y meditan hasta que aparece la canción del niño.
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Saben que cada alma tiene su propia vibración que expresa su particularidad, unicidad y propósito.

Las mujeres entonan la canción y la cantan en voz alta. Luego retornan a la tribu y se la enseñan a todos los demás.

Cuando nace el niño, la comunidad se junta y le cantan su canción. Cuando se inicia como adulto la gente se junta nuevamente y canta.

Cuando llega el momento de su casamiento, la persona escucha su canción. Finalmente, cuando el alma va a irse de este mundo, la familia y amigos se acercan a su cama, igual que para su nacimiento, para acompañarlo en su transición.

En esta tribu de África hay otra ocasión en la cual los pobladores cantan la canción. Si en algún momento durante su vida la persona comete un crimen o un acto social aberrante, se lo lleva al centro del poblado y la gente de la comunidad forma un círculo a su alrededor. Entonces le cantan su canción.

La tribu reconoce que la corrección para las conductas antisociales no es el castigo, es el amor y el recuerdo de su verdadera identidad. Cuando reconocemos nuestra propia canción ya no tenemos deseos ni necesidad de hacer nada que pudiera dañar a otros.

Tus amigos conocen tu canción y te la cantan cuando la olvidaste. Aquellos que te aman no pueden ser engañados por los errores que cometes o las oscuras imágenes que muestras a los demás.

Ellos recuerdan tu belleza cuando te sientes feo, tu totalidad cuando estás quebrado. Tu inocencia cuando te sientes culpable y tu propósito cuando estas confundido.

Mi deber y mi misión hoy, es cantarles su propia canción, como en el relato, para que cada uno de ustedes tome conciencia de sus propias faltas, de sus propias carencias, de la clase de judaísmo que están viviendo y le transmiten a sus hijos y nietos, de la participación comunitaria que tiene cada uno.

El juicio comenzó hace diez días y éramos pocos, de seguro no todos lo que debimos ser, y hoy nos presentamos ante el juez para escuchar su sentencia, nuestra sentencia.

Parece incongruente nuestro actuar. Se enseña en el capítulo cuarto del tratado de Brajot, en la mishná, que no se debe rezar sino imbuidos del debido espíritu. Los antiguos Jasidim se concentraban una hora antes de comenzar a rezar, para así tener la suficiente kavaná para dirigirse a D”S.

Por el contrario, nosotros nos presentamos ante su presencia, sin haber hecho nada antes, muchos de ustedes sin siquiera haber estado presente en los días del juicio, Rosh hashaná, y sin tomar conciencia de “Da lifnei mi ata omed” sabe ante quien estás parado.

Seguimos siendo incongruentes. Muchos de nosotros al hacer ejercicio físico, nos preparamos y elongamos nuestros músculos para que no se produzca ningún desgarro, pero no tomamos la misma actitud al momento de venir a la sinagoga y disponernos a rezar. Es más, ¿Cuantos de nosotros verdaderamente somos capaces de concentrarnos en la tefilá?

Solemos agendarnos y programarnos con mucha anticipación, cuantos días, cuantas semanas nos tomaremos para disfrutar de unas muy merecidas vacaciones, acordamos con la agencia de viajes, sacamos los boletos, arrendamos un cuarto de hotel y un par de visitas programadas por los lugares exóticos que visitaremos, pero eso sí, el día previo a Rosh Hashaná o el mismo día, e incluso hay quienes el mismo día de Yom Kipur, se contactan recién con la Sarita y le piden sus sitiales para la sinagoga.

Hablando de las vacaciones, hay muchos que se toman algunas semanas, no en enero y Febrero, sino durante el resto del año para descansar y desenchufarse de la diaria rutina, olvidándose del trabajo y por supuesto dejando alguien a cargo de la empresa o del negocio, pero esas mismas personas no son capaces de tomarse 5 horas por la mañana, dos días al año, justamente los dos días de Rosh Hashaná para darle unas vacaciones al alma, al espíritu, que tantas veces precisa descanso y tan pocas veces se lo damos.

Nuestros sabios, solían comparar a Purim con este día, llamado Yom Hakipurim, es decir ki purim, como si fuera Purim.

Debemos sacarnos las máscaras, que muchas veces nos las colocamos para tapar nuestra realidad, fingiendo ser lo que no somos. Pero luego descubrimos que solo atraemos a otros enmascarados.

Usamos estas máscaras para tapar nuestras debilidades, pero después nos damos cuenta que al no ver nuestra humanidad, los demás no nos quieren por lo que somos, sino por nuestras máscaras.

Nos ponemos estas máscaras para preservar nuestras amistades, pero luego descubrimos que si perdemos a un amigo por haber sido auténticos, entonces realmente, no era amigo nuestro, sino de la máscara; Del mismo modo que la máscara sirve para evitar ofender a alguien y ser diplomático, pero luego nos damos cuenta que aquello que más ofende a las personas con las cuales nos relacionamos, es la máscara, y no ser verdaderamente auténticos.

El relato nos decía, que la tribu reconoce que la corrección para las conductas antisociales no es el castigo, sino lo es el amor y el recuerdo de su verdadera identidad. Sean estas humildes palabras tomadas como tal, no como un castigo, sino como un llamado desgarrador a recordar nuestra verdadera identidad como judíos, como parte del pueblo de Israel, y miembros de una Comunidad viva y pujante, que necesita a cada uno de ustedes participando y activando en las distintas instancias que esta nos otorga.

Que en este Yom Kipur, nuestro día más sagrado del año, ayunemos de juzgar a otros, y descubramos a D”S que vive en ellos.

Que ayunemos del descontento y vivamos la gratitud del amor recibido.

Que ayunemos de ofensas y rencores y despierte en nosotros la mansedumbre y la paciencia.

Que ayunemos del pesimismo y tengamos esperanza. Que ayunemos de preocupaciones e intranquilidades, y sepamos depositar nuestra confianza en D”S.

Que ayunemos de quejarnos, y crezca en nosotros el valor por las cosas sencillas de la vida.

Que ayunemos de la vanagloria y el egoísmo, para tener mayor compasión por los demás.

Que ayunemos de lo superficial y sin valores, para alcanzar el llamado a la santidad.

Que ayunemos de nuestras faltas de perdón y las convirtamos en actitudes de reconciliación.

Que ayunemos de nuestras propias palabras, para darle vida al silencio y la escucha.

Que ayunemos siempre para despertar al Testimonio de la Vida, porque en el ayuno de nuestras actitudes, D”S es nuestra fortaleza.

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