sábado, 1 de septiembre de 2007

Rab. Surazski - Oasis Espiritual

Un judío de una pequeña aldea de Polonia visitó por primera vez la ciudad de Vilna en los años 20’, y al regresar conversaba con su amigo de toda la vida:
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‘¿Y? ¿Qué te pareció Vilna?’.
‘Formidable, espectacular’.
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He visto a un judío que todo el día estudiaba Talmud.
He visto a un judío que todo el día perseguía su sustento.
He visto a un judío que todo el día corría tras los placeres terrenales.
Y he visto un judío que todo el día levantaba la bandera de la revolución’.
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‘Bueno...no sé que tanto te sorprende –le dijo el amigo; Vilna es una ciudad con muchísimos judíos...muchos más que los cuatro judíos que has visto...’.

‘Creo que no has comprendido bien. No eran cuatro ¡era uno!’.

Y en realidad así somos todos...
Y a menudo nos preguntamos cuál es la faceta real entre todas nuestras facetas.
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¿Somos quienes buscamos la continua superación profesional o laboral?
¿Somos quienes buscamos abusivamente la acumulación de riquezas y dinero?
¿Somos quienes corremos en pos de placeres efímeros y fugaces?
¿Somos quienes anteponemos nuestros ideales a nuestra superación, nuestra riqueza y nuestros placeres?

¿Es que hay que optar?
¿O es que somos cuatro en uno?

Nuestros sabios se preguntan en el Midrash (Kohelet Raba 5, 21) por qué los humanos cuando nacemos con las manos cerradas y morimos con las manos abiertas.
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Porque cuando nacemos -dice el Midrash- queremos llevarnos el mundo por delante, como aquel que dice: ‘El mundo es todo mío’. Pero cuando morimos, abrimos nuestras manos señalando que nada nos pudimos llevar de él.

Y si bien sabemos que es nuestra naturaleza correr todo el día tras los placeres, el sustento, la superación y tras nuestros ideales, nuestra tradición nos indica que una vez al año tenemos que parar esta marcha y dedicarnos a nuestro espíritu, a lo único que sobrevivirá luego de nuestra partida.

Súbitamente llega este día, las veinticinco horas más sagradas del año, y nos despojamos de nuestro ser multifacético y comenzamos a transitar por una especie de oasis espiritual.
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Durante veinticinco horas, estaremos alejados de todo aquello por lo que corremos durante todos los días del año. Seremos sólo espíritu y nuestras voces llenarán el ambiente...

Durante veintinco horas seremos pura voz.
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En la tradición judía, la voz tiene dones creativos.
Sin embargo, no estamos hablando de la voz humana, sino de la Voz divina.
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Di-s pone orden en el caos y crea el mundo utilizando su Voz. Di-s dice: ‘Que se haga la luz’. Y la luz se hace. Es por ello, que todas las mañanas proclamamos Baruj She-Amar Ve-Haia Ha-Olam (Bendito sea quien con Su Voz creó el mundo).

Durante estas veinticinco horas en los que seremos pura voz, podremos tentarnos y creer que a nosotros también nos alcanza con hablar para crear, para hacer...
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Golpearemos nuestros pechos, confesaremos nuestras fallas, haremos promesas de cambio y mañana a esta misma hora volveremos a correr en pos de todo aquello que abandonamos por veinticinco horas en este oasis espiritual llamado Iom HaKipurim.
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Y...¿Qué será entonces de nuestras palabras?

No es casual que la palabra hebrea ‘Divur’ (palabras) tiene la misma raíz idiomática que la palabra ‘Midvar’ (desierto).
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Si las palabras que habremos de pronunciar durante este día no dan frutos, correremos el riesgo de transformar al oasis en un desierto, quitando espíritu a nuestra vida, transformándonos en pequeñas personas y viviendo pequeñas vidas...

En veinticinco horas dejaremos este oasis que Di-s nos ha regalado, y naturalemente volveremos a correr tras nuestro sustento, nuestros ideales, nuestros placeres y nuestra superación.
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Quiera Dios ayudarnos en nuestra renovación.

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