sábado, 1 de septiembre de 2007

Rab. Kraselnik - Iom HaKipurim 5766

Al final, el hombre destruyó el cielo y la tierra. La tierra se movía y giraba y el espíritu destructor del hombre se cernía sobre la faz de las aguas. Y el hombre dijo: Que sea mío el poder sobre la tierra. Y así fue.
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Y el hombre vio que el poder era bueno, y así llamó sabios a los que poseían poder y a los que trataban de reprimir el poder los llamó débiles.
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Y fue la tarde y fue la mañana del séptimo día.
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Parece mentira, conozco este relato desde hace más de 20 años y hoy más que nunca lo percibo tan real, tan cercano.

No hace falta ser muy perspicaz para darse cuenta que este Yom Kipur, este día de la Expiación, nos encuentra en un momento extremadamente sensible para la humanidad. En los últimos meses hemos visto un deterioro significativo en la calidad de vida del planeta.
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Destrucción y desolación, terremotos y guerras, tsunami y violencia, inundaciones, bombas, huracanes, terrorismo, intolerancia, genocidios...
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Y el hombre dijo: Que haya una división entre todos los pueblos de la tierra.
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Que haya una línea divisoria, o una pared, entre todos aquellos que me apoyan y los que están en contra mío.
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Y así fue. Y fue la tarde y fue la mañana del sexto día.
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Las fuerzas naturales, potenciadas por el paso devastador del hombre no hacen más que fomentar las divisiones y exponer la hipocresía de la sociedad humana.
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Frente a esta realidad espeluznante y temible, nos encontramos nosotros, simples seres humanos, individuos humildes, en este día sagrado para tratar de afrontar nuestro juicio. Parados frente a Dios y con la convicción de que hoy no tenemos escondite alguno para enfrentar la realidad y asumir nuestras responsabilidades.

Y el hombre dijo: Reunamos todos nuestros recursos en un solo lugar, y creemos instrumentos de fuerza para defendernos: hagamos una radio que moldee las mentes de los hombres y un proyecto que controle sus cuerpos, y hagamos estandartes y símbolos de poder que controlen sus almas. Y así fue.
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Y fue la tarde y fue la mañana del quinto día.
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En un mundo plagado de tanta muerte y destrucción, pareciera ser que no tiene mucha importancia preguntarnos por el sentido de nuestra existencia.
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Frente a la desvalorización de la vida humana resulta por demás difícil abrir nuestros corazones para sentir la presencia de Dios.
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Cuando el ser humano deja de percibirse como un ente sagrado, la opresión y la discriminación reemplazan a la solidaridad y a la empatía.

Y el hombre dijo: Que haya censura para separar la luz de la oscuridad. Y así fue.
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Y el hombre creó dos grandes centros de censura para controlar el pensamiento de los seres humanos, uno que dijera solo la verdad que deseaba y se escuchara en el exterior, otro que dijera solo la verdad que deseaba se escuchara en su casa. Y así fue.
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Y fue la tarde, y fue la mañana del cuarto día.
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Acaso los apocalípticos tengan razón, acaso el destino está sellado y nuestro veredicto: La destrucción, sea inmodificable...
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El hombre se ha convertido en un depredador de su propia especie. En el lobo de su propio hermano.
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Y créanme que en esto no hay responsabilidades parciales, es la humanidad como un todo quien debe hacerse cargo de su propio sino. Es la especie como tal la que está forjando su propia extinción.
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Y el hombre dijo: Creemos armas que puedan matar a millones y cientos de millones a la distancia. Y creemos bombas y aprendamos la guerra germicida, y creemos proyectiles dirigidos. Y así fue.
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Y fue la mañana y fue la tarde del tercer día.
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¿Donde está Dios? Pareciera ser la pregunta indispensable. ¿Dónde está? ¿Por que no aparece?
¿Por que no aparece como en aquellos relatos bíblicos que aprendíamos de pequeños... ¿Por que no nos habla para explicarnos lo que está sucediendo?
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Ante tanta perplejidad y desconcierto elevamos nuestros ojos al cielo como dice el salmista, pero Dios permanece en silencio.
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A voz en grito clamo hacia Adonai, dicen los salmos (3), pero esta vez, Él no me responde desde su santo monte.
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Y el hombre dijo: Hagamos un Dios a nuestra imagen y semejanza. Digamos que Dios piensa lo que nosotros pensamos, que Dios desea lo que nosotros deseamos, que Dios ordena lo que nosotros ordenamos.
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Y el hombre halló medios para matar mediante fuerza atómica y la lluvia radioactiva a los que vivían y a los que aún no habían nacido.Y dijo: Hágase la voluntad de Dios. Y así fue.
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Y fue la tarde y fue la mañana del segundo día.
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¿Y si quizás formulamos la pregunta equivocada?
¿Por qué mirar a Dios para entender lo que pasa? ¿No deberíamos acaso preguntarnos donde está el hombre?
¿Dónde esta esa criatura superior, casi divina, creada a imagen y semejanza de Dios?
¿Donde está el invitado especial de la creación, aquel para quien el mundo fue fundado?
¿Dónde está el hombre con su facultad de crear vida? ¿Dónde esta el Ser humano dotado de amor, justicia y verdad?

Y luego el último día, una gran nube negra cubrió toda la faz de la tierra, y hubo un gran trueno sobre toda la faz de la tierra y un fuerte llanto llegó desde toda la tierra, y luego el hombre, y todos sus hechos no estaban más.
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Y la tierra descansó en el último día de todos los afanes del hombre,
y el universo estaba tranquilo en el último día, de todos los actos del hombre, que el hombre en su locura había forjado.Y ya no hubo nada.
No hubo tarde, no hubo mañana, no hubo día.

Este texto de autor anónimo, adaptado por el rabino Jack Riemer es un relato poderosísimo. Como pudieron escuchar constituye un paralelismo invertido del relato bíblico de la creación del mundo.

Los siete días de creación son correlacionados con siete días de destrucción que devuelven al mundo a su fase primigenia, un nuevo Tohu vabohu, un estado de aridez y vacío. Un caos profundo.

Pero la gran diferencia entre ambos textos, se encuentra en el sujeto de la historia.
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Mientras la Torá nos muestra a un Dios creador, a un Dios innovador que por medio de la palabra puede generar un sistema de vida armónico, el relato de la destrucción nos describe al hombre con toda su capacidad e inteligencia puesta al servicio de la muerte y de la devastación.

Al contemplar lo ocurrido en el último año nos más crudamente la realidad de un mundo problemático y conflictivo.
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El mundo que Dios nos ha dado lo hemos convertido en un campo de batalla.
El hecho de tener todos sus habitantes un origen común, no impidió el surgimiento de la intolerancia y el fanatismo.
El desarrollo económico y tecnológico no ha sido igual para todos generando enormes bolsones de hambre y pobreza.
Pareciera ser que los seres humanos lo hemos echado todo a perder...

Sin embargo estamos reunidos en esta noche sagrada testimonio del poder creador de Dios precisamente por nuestra fe, nuestra fe en Dios y nuestra fe en el hombre.

Si algún significado profundo tiene este Iom Kipur, es precisamente devolverle al hombre su dimensión humana y esto significa recordarnos que fuimos creados a imagen de Dios, significa que debemos recuperar nuestro sentido del bien y reafirmar que tenemos poder para transformar el mundo, no sólo para instaurar el miedo y la destrucción.

Hemos venido este día solemne a la sinagoga no solo a expiar nuestras faltas sino también a asumir nuestro compromiso con la vida, y con el bien.

Nos encontramos aquí reunidos porque queremos trascender nuestra individualidad construyendo relaciones sinceras y profundas que siembren amor y amistad en un mundo regado de odio y desconfianza.

En los últimos capítulos de la Torá se nos cuenta que después de enunciar todas las leyes del pacto, el pueblo de Israel debía enfrentar una elección vital: de un lado el bien y la vida, del otro el mal y la muerte.

De alguna manera, en Iom Kipur, debemos tener presente que cada ser humano debe afrontar esa misma elección y debe hacerse responsable por su decisión. El bien y la vida, o el mal y la muerte

La historia del mundo nos demuestra que siempre ha habido personas que eligieron destruir en lugar de construir, arrancar en lugar de sembrar y matar en lugar de conversar.

La historia del mundo también nos demuestra que en cada generación existieron personas maravillosas que entregaron sus vidas por el bien de la humanidad. Hombres y mujeres de bien que consagraron sus vidas en favor de la humanidad, a favor de la comprensión, del entendimiento, del progreso.

Maimonides, el gran filosofo judeo español de la edad media acostumbraba decir que cada persona debería actuar como si estuviera en un equilibrio perfecto entre el bien y el mal y su próxima acción inclinaría la balanza.
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Más aún, dice Maimonides, como si todo el mundo estuviera en equilibrio perfecto y de su decisión dependiera el destino de toda la humanidad.

¿En donde queremos estar parados?

La apatía y el mirar para otro lado nos convierten en cómplices de los saboteadores. El compromiso, el cambio para perfeccionarnos, nuestra férrea voluntad por ser mejores personas nos hace socios de Dios en el proceso de la creación.

Y Quizás este sea el mensaje de Yom Kipur...

Cuando crees que no hay nada por hacer, cuando sientes que la vida no tiene sentido, cuando te convences que no podes cambiar el mundo, entonces tienes que tratar de recuperar la noción de lo sagrado y comprometerte, involucrarte..

Y allí entonces podrás percibir que todavía tienes mucho por hacer, que la vida tiene sentido y que vale la pena vivirla y que es cierto, no podrás cambiar el mundo, pero quizás, quizás después de un gran esfuerzo puedas cambiarte a ti mismo.

Y si cada uno tiene éxito en esa difícil tarea, si cada uno logra mejorarse así mismo quien sabe, quizás Maimonides tenga razón y seremos capaces de mejorar nuestra familia, nuestros amigos, nuestras sociedades y sin darnos cuenta, casi sin desearlo, podremos construir el mundo que deseamos y que nos merecemos.

Cambiarnos a nosotros para así cambiar el mundo, de eso se trata, ni mas ni menos…

Se cuenta que un niño viajaba en el tren con su papa.
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El recorrido duraría una hora.
El padre se acomoda en el asiento y abre una revista para distraerse. El niño lo interrumpe preguntándole: "¿Qué es eso papá?."
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El hombre se vuelve para ver qué es lo que señala su hijo y contesta: "Es una granja, hijo."

Al recomenzar su lectura, otra vez el niño le pregunta: "¿Ya vamos a llegar?". Y el hombre contesta que todavía faltaba mucho.

No bien había comenzado nuevamente a ver su revista cuando otra pregunta del niño lo interrumpe; y así siguieron las preguntas hasta que el padre ya desesperado y buscando cómo distraer al niño, se da cuenta que en la revista aparece un mapa del mundo; lo corta en pedacitos y se lo da al niño diciéndole que es un rompecabezas y que tenía que armarlo

Feliz, se acomoda en su asiento, seguro de que su hijo estará entretenido casi todo el todo el trayecto y el podría disfrutar de su revista.

Sin embargo, apenas había comenzado a leer de nuevo cuando el niño exclama: "¡Ya terminé!".
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"¡Imposible!", dice el papa. "¡No lo puedo creer! ¿Cómo pudiste hacerlo tan pronto? ".
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Pero ahí está el mapa del mundo, perfecto.
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Entonces le pregunta el papá: "Dime, ¿Cómo pudiste armar el mundo tan rápido?".
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Y el hijo le contesta: "Yo no me fijé en el mundo, del otro lado de la hoja estaba la figura de un hombre, fue muy fácil, compuse al hombre y el mundo quedó arreglado."

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